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Entre los siglos VI y V a. de J. C., los celtas llegaron a Galicia al mismo tiempo que establecían su hegemonía y su influencia en otros pueblos de la Europa mediterránea, con los ligures y los kimris. El origen céltico de Galicia, dice Murguía, no puede siquiera ponerse en duda. El celta -añade- es nuestro único, nuestro verdadero antepasado. Lo atestiguan así los castros, los monumentos megalíticos y los demás restos prehistóricos que de ellos quedan en nuestra región. Según los escritores antiguos, los celtas deificaban los bosques, las montañas, los ríos, las fuentes y algunas localidades, creencias que en cierto modo todavía superviven en muchas comarcas gallegas; solían celebrar de noche sus ceremonias y sus reuniones, de lo que aún quedan reminiscencias en nuestras ruadas, trulladas y foliós aldeanos, porque daban por cierto que la noche precedió al día; tenían por afrentoso morir de enfermedad, y así exponían a los enfermos en los caminos por si algún transeunte conocía y sabía tratar el padecimiento; veneraban las higueras como árboles nutricios y generadores; adoraban al sol, acudiendo para ello nuestros aborígenes al Arasoli; profesaban especial devoción al dios Endovelico y tenían además otros dioses, como Bandía, Neith, Neton, Hades, Eiduorio y otros; creían en la inmortalidad, y por tanto en la existencia de otra vida; se alimentaban de carne y bellota, haciendo con ésta una especie de pan moliéndola; celebraban certámenes a pie o a caballo, con carreras, tiros de dardos y luchas de pugilato; inmolaban machos cabríos a una divinidad guerrera; despeñaban a los condenados a muerte, y apedreaban a los parricidas fuera de los límites de los poblados; practicaban la ciencia augural por la inspección de las entrañas de las víctimas, el vuelo de las aves, y la dirección de las llamas, y tenían por sagrados algunos montes, considerando como impío abrirlos con el hierro, opinando muchos de nuestros escritores que el Pico Sagro, guarda y conserva desde remotos tiempos la importancia religiosa que tuvo y sigue teniendo, con las leyendas, supersticiones, hechicerías y creencias célticas y druídicas que a través de los siglos lo rodearon, manteniéndole en la significativa denominación que ostenta de Cumbre Sagrada. |